El hakama, esencialmente, era la
vestimenta típica de los que en la sociedad nipona poseían algún rango
de nobleza, los que pertenecían a la casta de los samuráis. El keikogi
era, o bien la ropa interior, o la de entrenamiento de dichos
caballeros, o la vestimenta que usaban los plebeyos.
Pero el hakama es, así mismo, algo
más que una simple prenda de vestir más o menos distinguida, más o menos
lujosa o más o menos exótica. El hakama encierra entre sus tablas un
significado que lo hace representativo de los valores y virtudes que
deben adornar al verdadero samurái (servidor), al auténtico bushi
(guerrero).
No es por casualidad que el hakama
tenga siete pliegues. A lo largo de la historia y para diferentes
civilizaciones, el siete ha sido un número representativo. El número
sagrado por excelencia para pueblos tan alejados y dispares como indios,
aztecas, caldeos, griegos, babilonios, esenios, chinos, egipcios...
Está compuesto del número que simboliza la divinidad y el que simboliza
lo humano. Es emblema de lo ético; del triunfo del esfuerzo; de la
búsqueda de la perfección física, intelectual y espiritual (sobre todo
de las dos últimas); de lo filosófico, lo religioso, lo justo; de la
equidad, de la sensibilidad, de la intuición... Es el número que
representaba en las antiguas tradiciones a la Creación; al Poder
Espiritual (Ki); a la Unificación Universal, la cuadratura del círculo:
el mundo físico, el ser humano y la divinidad; a la Realización de la
Unidad.
¡No es por casualidad que el hakama tiene siete pliegues!
Los pliegues del hakama simbolizan las siete virtudes del budo, las que han de caracterizar al verdadero bushi: jin (benevolencia), gi (honor y justicia), rei (cortesía y etiqueta), shin (sinceridad), chu (lealtad) koh (piedad, compasión) y yuki (valor, coraje).
Hagamos un repaso del significado de
cada una de estas virtudes –obligadas para el auténtico aikidoka-, y
sírvanos al tiempo dicho repaso, para revisar nuestra actitud y
comprobar si realmente cumplimos con los requisitos exigidos.
Jin (benevolencia):
Dice el DRAE, que benevolencia es
simpatía y buena voluntad hacia las personas. Esto, tal y como se
expresa en la propia palabra, significa sentir bondad, querer bien, a
los demás. Depende de nuestra voluntad (facultad para determinar nuestra
conducta) el que le tengamos, o no, voluntad (cariño, amor, afecto) a
los demás seres.
Esta cualidad, Jin, dentro del
ámbito del Aikido, se desarrolla practicándola en el dojo con nuestros
compañeros de entrenamiento, con el entrenamiento en sí, con nuestra
escuela y con nuestro maestro; y extendiéndola fuera del tatami hacia el
resto de las gentes, a las que, gracias a la práctica constante de Jin,
acabaremos por comprender como parte indisoluble e indiferenciada de un
Todo Único.
Gi (honor y justicia):
Tanto una cosa como la otra han de
ir precedidas por una sincera y profunda humildad para que no sean
parciales y egoístas, para que el honor sea verdaderamente una cualidad,
una virtud, que nos induzca a cumplir nuestras obligaciones con el
Aikido, con el maestro, con los compañeros, con todos los seres (sin
olvidarnos de nosotros mismos), y con nuestras obligaciones sociales. De
otro modo, el honor será alimento del orgullo y de la soberbia, de la
fatuidad y la arrogancia, que es el punto más alejado del verdadero fin y
significado del Aikido.
La Justicia sin humildad carece de
equidad, de ecuanimidad, y ya no es Justicia; y en lugar de componer el
conjunto de cualidades por las que se considerará buena persona a
quienes posean tales virtudes, no será más que un montón de vicios y
pretextos para justificar un carácter egoísta y engreído. Hacer lo que
es justo en todo momento al margen de si nos favorece o no, es honorable
y digno, y es el deber del verdadero aikidoka.
Rei (cortesía y etiqueta):
Un practicante ha de ser siempre
respetuoso, cortés y educado tanto dentro como fuera del Dojo. El saludo
sincero ha de salirnos con naturalidad, sin que nunca nos sintamos
forzados a hacerlo o se trasforme sólo en una fórmula vana. No ha de
considerarse como una muestra de humillante sometimiento, sino de
humildad y fidelidad nacidas del aprecio, de la valoración adecuada y el
agradecimiento, a lo que nos ofrecen emaestro y nuestros colegas de
entrenamiento.
El Bugei no es una mercancía que
pueda canjearse a cambio de dinero; es una Vía, un sendero del alma, un
arte marcial del espíritu. Los conocimientos que el maestro nos trasmite
van más allá de las meras transacciones comerciales. Pagamos por la
utilización de un sitio donde poder practicar y por un cierto grado de
instrucción técnica, pero los conocimientos espirituales, las vivencias
internas del maestro, -incluyendo la experiencia técnica más profunda,
sus desarrollos y creaciones-, que constituyen un bagaje personal suyo,
intimo y secreto, no pueden comprarse ni están en venta. Si nos las
ofrece será si lo considera oportuno y siempre de forma desinteresada.
Nuestros compañeros son parte
imprescindible de nuestro progreso y de la práctica en sí misma. Sin
ellos ni una cosa ni la otra serían posibles. El Aikido para ser
completo necesita de la unión activa y práctica, no sólo con uno mismo,
sino, con y a través de los demás. En el tatami, en la práctica
dinámica, los compañeros de mayor experiencia, nos ofrecen ésta
desinteresadamente y nos sirven de ejemplo, de referencia. Los de
menores conocimientos nos obligan a concentrarnos y a afinar nuestro
entrenamiento, nuestra técnica y nuestros valores humanos.
Nuestra actitud, nuestra vestimenta y
nuestra higiene, en el tatami ha de ser una muestra de ese respeto, de
esa adecuada valoración, de ese agradecimiento: evitando las posturas y
disposiciones displicentes, apáticas o descuidadas; guardando silencio y
no descuidando en ningún momento la cortesía y la etiqueta.
Shin (sinceridad):
Un mentiroso, un hipócrita; una
persona falsa y retorcida, no tiene cabida dentro del Bugei. El Budoka
es una persona, limpia y sincera, sin dobleces, y esto ha de demostrarse
tanto en su entrega en los entrenamientos, como en su comportamiento
para con su maestro, su escuela y sus compañeros, y en su vida
cotidiana. Sus palabras, sus actos, y su corazón, han de seguir el mismo
camino, rectamente, sin torcerse; y -sin olvidar la cortesía-, sin
confundir la sinceridad con la mala educación, ha de expresarse y
comportarse de forma llana y noble.
Por otro lado, venir al Bugei, con
ocultas y retorcidas intenciones es, en el fondo, inútil. La práctica
selecciona, y los que pretenden sacar beneficios ocultos, insinceros o
carentes de nobleza de las técnicas, de los compañeros, de la escuela o
del maestro, acaban teniendo que buscarse otro camino. El rencor, el
odio, la envidia, no pueden formar parte del Camino del Amor. Todo
cuanto acaece en nuestras vidas, dentro y fuera del dojo es para nuestra
instrucción y beneficio.
Chu (lealtad):
Todo lo antedicho nos lleva a Chu.
Si somos sinceros, si somos corteses, educados y agradecidos; si somos
justos y honorables; si somos benevolentes, reconoceremos que todas
estas cualidades se han desarrollado gracias al maestro, a la sucesión
de maestros a través de los cuales nos ha llegado la enseñanza, a
nuestra escuela, a nuestros compañeros, y a nuestro esfuerzo. Por fuerza
habremos de ser leales a todos ellos, incluyéndonos a nosotros mismos
aunque siempre hayamos de situarnos en el último plano. En ningún caso,
si hemos de llamarnos budokas, obraremos con deslealtad hacia ellos.
Como hemos dicho, gracias a ellos habremos obtenido las enseñanzas que
hasta el momento poseamos. El Aikido y el maestro representan con igual
importancia el primer grado de prioridad en nuestra lealtad. Tanto
monta…: el Budo es lo que nos ha llevado al Dojo, pero es el maestro el
que nos lleva al Bugei.
Podría considerarse, bajo este
punto de vista, que el maestro es lo primero; pero siempre y cuando éste
sea un instructor sincero y honesto que realmente nos conduzca por el
camino del Budoka. Nuestra lealtad pues, debe seguir el siguiente orden
de prioridad: maestro, escuela y compañeros.
Koh (piedad, compasión)
Esto, además de implicar
conmiseración por los males ajenos y de inducirnos a no provocar daños a
nadie abusando de nuestros superiores conocimientos técnicos o de
nuestra fuerza, nos indica amor hacia todo lo que es de valor, hacia
todo lo que es digno de veneración. Por ejemplo: En la vida cotidiana a
nuestros mayores; en nuestro comportamiento, a unos valores morales y
éticos que nos hagan dignos de acreditarnos como budokass; y en el
tatami, hacia todo lo mencionado con anterioridad, la enseñanza que se
nos ofrece, los compañeros, la escuela, el maestro, el Fundador, la vía
de Sakura Shin Ryu
Pero también va más allá. Piedad
significa así mismo, amor a la divinidad, amor a nuestros semejantes y
amor hacia todo lo creado.
La lástima, la conmiseración, la
clemencia, pueden nacer de una falsa magnanimidad que esconda en su
fondo un sentimiento de superioridad, en cuyo caso no serán más que mera
soberbia; pero si la piedad y la compasión son la expresión de un
sincero deseo de desarrollo espiritual (máxima aspiración del verdadero bushi) surgirán de forma natural y auténtica.
Y por último:
Yuki (valor, coraje)
Aunque en muchas ocasiones está es
la primera virtud que se cita, hemos dejado para el final su exposición
por ser una de las más fáciles de confundir.
Evidentemente, Yuki, no sólo hace
referencia al valor, al arrojo en el combate, en la guerra, en el
enfrentamiento físico contra otro u otros adversarios, o ante las
dificultades y riesgos que presente una empresa o acción.
Si miramos el significado de la
palabra ‘valiente’ (que esencialmente no difiere del que posee yuki en
lengua nipona) veremos que la primera acepción es: “Que vale”. De
‘valer’. Que a su vez significa amparar, proteger, y, también, tener un
valor, una utilidad, un rendimiento, una eficacia o: “Ser de una
naturaleza o tener alguna cualidad que merezca aprecio y estimación.”
Poco más o menos, que si lo que hacemos, nuestro comportamiento, no
concuerda con todas las demás virtudes que antes se han expuesto y con
los principios fundamentales del Aikido, un budoka carecería de valor
como tal budoka.
Un practicante de Sakura Shin Ryu
debe amparar, proteger, además de a otros seres, de a su maestro, a su
escuela y a sus compañeros, su honestidad y su sinceridad, siendo
cuidadoso en armonizar sus ideas, palabras y actos evitando la
contradicción. ¡Es fácil hablar de armonía y de unidad!, pero luego
nuestros comportamientos raramente obedecen a esos principios. Así,
debemos procurar que el principio de unidad y de armonía vaya, poco a
poco pero sin pausa, rigiendo nuestras actitudes ante la vida, nuestras
acciones y, sobre todo, nuestras reacciones. “Eficacia o virtud de las
cosas para producir sus efectos”, es otra acepción de ‘valor’.
El ‘valor’, cómo no, es también una
cualidad del ánimo que nos impulsa a acometer grandes empresas. La mayor
empresa que puede acometer una persona es la de dedicar su vida al
perfeccionamiento de su cuerpo, su mente y su espíritu, armonizándolos,
uniéndolos. Se ha dicho ya, en palabras del propio Fundador del Aikido,
como ejemplo, que el Aikido es un arte marcial del espíritu que consiste
en buscar la mencionada armonización a través de unas determinadas
técnicas. Como gran parte de dichas técnicas se basan en movimientos
provenientes de las artes de combate y tampoco dejan de ser tales artes,
ni de conservar las características propias de los sistemas de lucha,
resulta extremadamente fácil caer en el error de confundir su propósito.
Ha de quedarnos claro cuál es dicho propósito, y trabajar con valor y coraje
para ponerlo en práctica desde el primer momento en que pisemos un
tatami y desde el primer momento en que pisemos fuera de él. Conseguir
ser valientes ante un adversario humano, hacia otras personas, es
relativamente sencillo; sobre todo, cuando tras años de entrenamiento
hemos conseguido una fortaleza y unos conocimientos superiores. Tampoco,
aunque resulten altamente gratificantes y sean grandemente alabados y
ensalzados, los retos logrados en el plano físico –obviamente existen
grados-: conquistas, descubrimientos, exploraciones y demás, tienen
auténtico valor. Este tipo de valor, es un valor “de andar por casa”,
una nadería, una bagatela que haciéndose pasar por valiosa joya, sólo
sirve para engañar a la mente. Todos son logros efímeros, que antes o
después -aunque aparezcan el los libros de historia-, se olvidarán. Y en
el noventa y nueve por ciento de los casos los halagos, la gloria, la
fama, el reconocimiento, hacen a sus autores envanecerse mientras dura
el éxito y abatirse cuando son olvidados. Alimento y desaliento del ego
que no lleva a otra cosa que a más y más ego.
Enfrentarse día a día a nuestras
debilidades, a nuestros defectos, a la pereza física y anímica; ser
capaces de arrostrar los riesgos de vencer nuestro orgullo, nuestra
soberbia, nuestra intransigencia, cumpliendo con nuestra condición de
samuráis (servidores) del espíritu, bushis del Camino de la Unión, eso
es coraje. Cortar nuestro ego de raíz con la espada de la verdad y de la
honestidad, eso es valor. Valor del bueno. Hay una máxima que dice: “Es
mucho más fácil morir por nuestras ideas, que vivir de acuerdo a
ellas”. No es difícil morir o matar, lo difícil es vivir en consonancia
con los principios de amor y armonía completos que promulga el Aikido y
que debemos seguir quienes lo practicamos.
Se dice que un auténtico bushi ha de
estar dispuesto a entregar su cabeza en el cumplimiento de su deber. El
significado esotérico de esta frase es que hemos de ser capaces de
sacrificar nuestro ego. Nuestra cabeza son los conceptos, los
convencionalismos y los condicionamientos -a los que estos nos llevan-,
que hemos ido adquiriendo de la información recibida de nuestro entorno y
la elección hecha de esta información. Información que, aunque es sólo
una pequeñísima parte de la que se genera alrededor nuestro, y muy poca
de la que recibimos, forma una maraña tan enorme que nos enreda casi por
completo, y la vemos y creemos, realidad proveniente no se sabe de qué
cielo o infierno, siendo, de cierto, solamente producción propia,
efímera e insustancial. Nuestro ego, eso que decimos ser, no es
esencialmente, y al margen de matizaciones, más que el conjunto de
apegos -de juicios- a las cosas percibidas, procesadas y elegidas por
nuestra mente: nuestras costumbres y gustos, nuestras opiniones,
nuestras manías, todas condicionadas, conforman ese ego. Este espeso
conglomerado está tan arraigado a nuestra mente, que la apresa y oprime
sin dejarla ni tan siquiera distinguir más allá de él mismo. Al igual
que la mente, el espíritu, queda cegado, obstruido y apartado. Cortar el
ego, separándole de nuestra mente es cortar nuestra cabeza.
Sacrificarle es sacrificarnos. Ser capaces de liberar la mente de estas
ataduras permitiéndola volver a unirse con el espíritu, eso requiere
coraje, eso es Valor, ¡con mayúsculas!, y ese es el propósito de la
Escuela Sakura Shin Ryu, y de cualquier Vía seria, alcance ésta la cota
que alcance en su recorrido.
El cumplimiento serio y sincero de
estas virtudes nos llevará, más tarde o más temprano pero
indefectiblemente, a la última y definitiva “virtud”: Chi (sabiduría).
Cada uno de los siete pliegues simboliza una de las virtudes; el
conjunto que forman, el hakama, simbolizaría el logro de la práctica de
las siete virtudes: Chi.
En la actualidad, en la mayoría de
los dojos de Aikido de todo el mundo, el respeto por estos significados
se ha ido perdiendo o trasformado, y, al hakama, o bien no se le respeta
y no se le da importancia alguna al poder usarlo desde el comienzo de
la práctica, o se convierte en signo de superior categoría y motivo de
orgullo, cuando se consigue tras un cierto periodo de entrenamiento.
Según palabras de Saotome Sensei el verdadero significado del hakama:
“Ha degenerado desde un símbolo de
virtud tradicional a un símbolo de estatus para el yudansha (cinto
negro). He viajado a muchos dojos de muchas naciones. En muchos de los
lugares en donde sólo los yudansha visten el hakama, los yudansha han
perdido su humildad. Consideran el hakama como un trofeo a exhibir, como
el símbolo visible de su superioridad. Este tipo de actitud convierte
la ceremonia de inclinarse ante O Sensei, con la que comenzamos y
terminamos cada clase, en una burla a su memoria y a su arte.”
Realmente no importa en qué momento
de nuestra práctica empecemos a usar el hakama; tanto da sea desde el
principio o como muestra de nuestro progreso. Lo que es evidente es que
el hábito no hace al monje. Vestir el hakama, doblarlo cuidadosamente,
mantenerlo limpio y bien planchado, ajustar sus cintas y colocar sus
pliegues cuando nos la ponemos, para tener un buen aspecto, es una buena
costumbre; pero si este gesto no va acompañado de una intención sincera
de respetar y desarrollar en nuestro interior las cualidades que
representa, no será más que una “ceremonia” hueca y sin valor alguno. Si
nuestras acciones no se corresponden con nuestras convicciones,
nuestras intenciones y nuestro sentimientos, ¿qué más dará que hallamos
logrado el hakama tras varios años de práctica o que nos lo pongamos
desde el primer día, que lo cuidemos esmeradamente o que tengamos un
aspecto excelente o desastroso con él puesto? Son nuestro corazón,
nuestra conciencia y nuestro espíritu quienes de verdad han de vestirse
el hakama.
Cuando en nuestra escuela entregamos
el cinto negro, hacemos hincapié en la necesidad por parte del nuevo
yudansha de aumentar su humildad, pues ahora es el espejo en el que se
miran los kohai y los kyus y en él han de ver reflejados los valores del
Aikido, las enseñanzas del maestro y la calidad de su escuela.
“Para llegar a alcanzar la maestría se humilde. Cuando la hayas alcanzado se más humilde todavía”
Cuanto más queramos avanzar en el
Sendero del Budo, más humildes hemos de ser. Cuanto más hayamos
avanzado, más humildes habremos de ser.
Así pues, al igual que se ha de
respetar la espada, símbolo divino que tiene la capacidad de dar o
quitar la vida y que representa al arma que usamos para combatir
nuestros vicios y defectos y al sendero del espíritu, por cuyo afilado
corte camina arriesgadamente el buscador de la verdad; al espejo, donde
se refleja el verdadero yo cuando miramos hacia el interior, y una mente
serena, asentada en su auténtica ubicación; y a la joya que representa
el tesoro de la divinidad que se esconde dentro de todos los seres; el
hakama es emblema de los valores que hemos de tener si nos consideramos
auténticos practicantes de budo. Vestirla debe implicar, para aquel que
la lleva, el compromiso de respetar y cumplir dichos valores.
DOBLADO DE LA HAKAMA
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